Espacio suficiente para comer, un cómodo aseladero en el que dormir, un  ambiente oscuro e íntimo para la puesta, baño de arena o rascador de  uñas son algunos "lujos" de los que disfrutan las gallinas felices, las  que viven en granjas adaptadas a la nueva normativa europea de bienestar animal.
MUNGIA.   Así viven ahora las 150.000 gallinas de la granja Larrabe de Mungia que ha visitado Efe, una explotación integrada en la Corporación Ovo12, una cooperativa avícola de puesta que agrupa ocho granjas vascas ya adaptadas a la normativa en las que viven 1,2 millones de estas gallinas felices.
La norma comunitaria, en vigor desde el pasado 1 de enero, exige que cada una de entre las 12 y 25 gallinas que conviven en una misma jaula tenga un espacio propio de 750 centímetros cuadrados para poder desarrollar así sus funciones etológicas, o lo que es lo mismo, comportarse como es propio de una gallina.
Las aves disfrutan ahora de mayor libertad de movimientos en su nuevo hogar, que se ha ampliado también "a lo alto" para incorporar el aseladero, lo que les permite picotear y revolotear dentro de la jaula, un ejercicio físico que les da un aspecto más saludable.
Con la reforma de su casa, han ganado ahora un pequeño habitáculo de poca luz donde gozan de mayor intimidad para realizar la puesta al amanecer, tras haber pasado la noche en sus nuevos y confortables aseladeros.
Sin embargo, la felicidad de las gallinas ha traído la infelicidad de algunos productores, que se quejan de que la norma conlleva la pérdida de rentabilidad de sus explotaciones -aquejadas ya por los bajos precios y por el encarecimiento de los cereales-.
De hecho, les obliga a invertir una media de 600 millones de euros y a reducir la cabaña para ajustarse a los requisitos de densidad en las jaulas.
Desde la entrada en vigor de la normativa, el parque estatal de gallinas se ha reducido un 23 % -al pasar de los 52 millones de ponedoras en 2004, su año récord, a 40 millones durante el primer trimestre de 2012-, mientras que la producción de huevos ha descendido un 11,25 % desde ese año.
Sin embargo, el gerente de Ovo12, Celestino Aja, ve la ley como una "oportunidad" de ofrecer un "producto diferente y de calidad" para el consumidor europeo.
Para compensar la disminución de la producción, los ganaderos se han visto obligados a vender más caro en origen -hasta un 50 % más-, incremento que finalmente ha repercutido también en el bolsillo de los consumidores quienes, según los datos del IPC, pagaron en abril un 15,3 % por la docena de huevos que en el mismo mes de 2011.
Según Aja, lo que ha hecho la entrada en vigor de la regla comunitaria ha sido "disparar" la situación de "sobrecostes y bajos precios" que padecía el sector avícola, donde algunas explotaciones vendían su género a la distribución en pérdidas.
"Al reducir la cabaña, no nos ha quedado más remedio que subir los precios. Era o eso o cerrar", afirma tajante Aja.
Sin embargo, el gerente de Ovo12 matiza que el incremento en el precio final del huevo para el consumidor no supone "mucho más que 30 céntimos" por la docena de huevos L, "perfectamente asumible" para el ama de casa y "más justo para el productor".
Lo cierto es que, según los datos de la Comisión Europea, el precio del huevo europeo registró un aumento interanual en marzo del 103 %, un encarecimiento que le resta competitividad frente a las importaciones desde países como Argentina, México, Turquía o EEUU, producidos sin cumplir con la normativa.
"Si Europa nos obliga a producir bajo la normativa de bienestar de las gallinas, también debiera proteger mejor el huevo europeo", reclama Aja.
La normativa europea ha avivado las quejas de un sector que arrastraba una importante crisis de precios, aunque los ganaderos que ya se han adaptado a la norma ven en ella un catalizador que está provocando un reajuste entre los costes de producción y el precio.
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